domingo, 30 de enero de 2011

Dolor.







Robert Haig Coxon - Inner peace



Cuando pienso en el dolor no puedo menos que imaginar al nenito recién vacunado, temblando, sin consuelo, esperando una mirada al menos que le diga "vas a vivir, no te preocupes". Y aún cuando ya fue vacunado anteriormente, recuerda el mismo terror, esa inseguridad, ese salto al vacío. Considera ese pinchacito una amenaza.

Ya grandes nos animamos a pincharnos, respiramos hondo y enseguida pasa. La misma situación nos produce sensaciones distintas. Cómo es posible?

Pues es simple: sabemos que no estamos amenazados por fatalidad alguna cuando nos inyectan, que es por nuestro bien y que en dos minutos estamos caminando por la calle y ni nos acordamos del hecho, ni siquiera como una anécdota para contar a nuestros nietos.

Por qué entonces un dolor del alma nos parte al medio? Por qué hay dolores que nos hacen sentir en el borde de un precipicio? Como si nuestra existencia misma dependiera de algo ajeno a nosotros, temblamos y no encontramos, tal vez, mirada alguna que nos consuele: desolación total.

Pues es exactamente lo mismo: el problema tiene la dimensión que le damos. Si no le prestamos atención, así como llegó se va, y si no se va... pues que se quede en un rincón y no moleste. Es increíble cómo realmente NO MOLESTA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario